EL BREVE OCASO DE LOS ÁRBOLES

Del prólogo de la poeta Marina Casado: 

El horizonte poético de Francisco Raposo esconde un mar de fondo que se identifica con el origen, con lo familiar; es “esa tumba que parece llamarnos”. Guarda, por tanto, una intrínseca relación con la muerte –blanca, cegadora–, que parece respirar y vivir entre los versos, bajar por las raíces, ser parte de la propia identidad. Los muertos hablan “con tierra en las entrañas / y recuerdos que crecen junto al pelo” y entre ellos “nunca hay huérfanos”. El poeta los contempla, consciente del instante crepuscular que es la vida, pronto arrojada a esas inmensas “fauces de la noche”. Escucha “el sonido bajo los pétalos del tiempo”, aspira la tristeza hasta integrarse en ella. Los árboles, puentes hacia el cielo, también son testigos silenciosos y dolientes de esa irremediable transición. Siempre el otoño, “fin de una guerra”, desemboca en un invierno tan blanco como la muerte...

Nos hallamos ante una obra profundamente introspectiva que expresa una búsqueda: “seguimos dando vueltas en el viento, / jugando a saber que conocemos la respuesta”. Desde su primer poemario, Grietas vitales (2016), el autor mantiene e intensifica el rasgo más loable de su poética: la fuerza de las metáforas, que beben de la imaginería clásica de la Generación del 27, cuya influencia también se traduce en la melodía que impregna los poemas. Pero la voz que ahora se nos presenta es más madura y sólida, con un mejor dominio del ritmo y una mayor limpieza: el verso toma lo esencial y desdeña el adjetivo inservible. Reviste su pasión lírica de luz desteñida por la “niebla de Monet”. Se detiene, se asombra ante el mundo, tirita de frío. Es mayor y a la vez más niño. Las ciudades y los recuerdos que guarda en ese “miedo a la orfandad del pozo”, en su recién descubierta identidad, han quedado reflejados, en parte, a lo largo de estas páginas, que son, al fin, un grito quieto. Porque, en sus propias palabras, “La existencia es un dolor / que arde con luz de olvido”.